Teresa Franesqui, 5 de junio de 2021
Ahora que vamos despacio, vamos a contar mentiras. Eso nos deja claro nuestro protagonista y narrador, Redo Hauptshammer, en la primera página de esta pequeña y densa novela que se disfruta como un pastel de varias capas. Redo llega a Szonden, una aldea prusiana, con el ataúd de su esposa en el carro y la idea de establecerse como el primer campesino libre… y, sin querer, empieza a desenterrar cadáveres.
«Uno desconoce lo que le espera a lo largo del camino. Y además le sorprende la vida que entona dos melodías al mismo tiempo: la de tono grave y la de tono más grave.»
Es una novela impecable, tan trabajada, sutil, ingeniosa… que no he sabido ni como reseñarla hasta ahora, seguro que no le haré justicia. ¿Es una novela histórica? No, pero habla de la Historia ¿Es fantasía? No, pero sí. ¿Es una historia de amor? Pues sí, pero no. No de esas. Nos habla de tantos temas en tan pocas páginas, que deja a la altura del betún a la literatura mayoritaria publicada con prisas, desmigada en una papilla que se entienda sin esfuerzo y vendida al peso. Cuantas más páginas, mejor.
«¿De qué están hechos esos miserables a quienes dejamos llevar las riendas?»
Para mí, aunque creo que habrá una opinión por cada lector, el tema que más pesa en la novela es la identidad, la propia y la colectiva (“¿Y la europea?” M. Rajoy); sobre la responsabilidad de cuestionarnos y reflexionar sobre la identidad, y el derecho de construirla, y vivir con ella. Redo juega con la suya propia en este ejercicio de confesión laica que es Centroeuropa, aun cuando esa confesión ya no tenga importancia, y mantiene el misterio y la atención del lector hasta el final.
«He estado a punto de dejarme llevar, sólo para ver esas palabras, las palabras de la verdad, escritas».
Es un libro que no creo que deje indiferentes a muchos e incluso si nos quedamos en la superficie de la historia por falta de tiempo, concentración o hábito, se disfruta exactamente igual. En mi caso tuvo un valor añadido, pues Ester Folgueral la eligió como lectura conjunta en el Club de Lectura del pasado mes, y ver la cantidad de opiniones e interpretaciones que surgieron a partir de las mismas 180 páginas fue refrescante y muy divertido.
Vicente Luis Mora es una caja de sorpresas: a pesar de haber leído la sinopsis de este libro, lo empecé con la idea de leer algo escrito con el mismo puño que había firmado “Fred Cabeza de Vaca”, y no tiene nada que ver. Ambas son grandes novelas, pero el único hilo que las une además del nombre que aparece en portada, es el narrador sospechoso. «A partir de la cuarta casualidad no hay magia, sino sistema», dice la bruja de este cuento, y yo seguiré leyendo a VLM para comprobar o refutar esa hipótesis.